miércoles, enero 10, 2007

El funeral ha sido lento y ajeno, como los minutos en los que un tren debería haber partido pero no lo ha hecho. Seguíamos allí, en el andén, agitando nuestros pañuelos mientras las ganas de que todo sucediera se peleaban con las de que nunca terminara. A. no ha llorado o si lo ha hecho no delante de los demás. Al terminar la ceremonia hemos dado un paseo por las calles del centro, hacía frío pero este parecía provenir más de nuestro propio cuerpo que del viento. No puedo pensar en D. aunque lo intento, no consigo recordar más que una tarde en que borrachos, en una de las tabernas del puerto, me confesó que nunca había estado enamorado y que sabía que nunca podría estarlo. Pensaba que era a causa de esta ciudad, y que antes de encontrar a alguien debía viajar para encontrar el lugar adecuado. “Dejarás de pintar” - le pregunté. Levantó suavemente la vista y sonrío. “Nunca he pintado.” - contestó - “Nunca lo he conseguido. Hay mañanas en las que despierto y me apresuro a ver la obra de la noche. Sea lo que fuera que creí ver en el cuadro antes de acostarme ya no está. Desaparece.” Luego mi recuerdo se confunde con tantos otros, lo pierdo. Le prometo a A. que iré con ella al estudio, que le ayudaré a ordenar los cuadros que queden allí. “Cuando esté preparada.” - repite en voz baja - “Cuando esté preparada.” Y se aleja dándome la espalda. La sigo con la mirada hasta que se pierde entre la gente.