lunes, enero 01, 2007

Hacía frío. Si, eso era. Frío. Estiró la pierna hasta que esta apareció al final de la manta y tanteo el suelo con el pie. Si, era frío. Volvió a esconder su pierna bajo el edredón y se acurrucó tratando de reconciliarse con las mantas. La persiana estaba entreabierta. Una luz cristalina penetraba a través de ella. En el aire flotaban algunas motas de polvo. ¿Qué hora sería? Es domingo pensó, eso es seguro. Apenas las doce. “He dormido muchas horas”. Y sonrío apretando aún más la manta contra su cuerpo. Trato de escuchar con atención. La casa parecía en silencio. Sus padres debían estar aún durmiendo o tal vez habían salido a dar un paseo. Su madre solía levantarse pronto el día de Navidad, para ella siempre había sido un día especial. Su padre sin embargo parecía más ausente que nunca en días como aquel. Deambulaba por la casa como si no supiera muy bien que hacer, donde ponerse. Se asomaba a la sala y miraba de reojo como la mesa del comedor se iba llenando de cosas poco a poco: el mantel, los platos, las copas. Todo estaba dispuesto muchas horas antes de la hora de comer. ¿Había soñado? “Es verdad, que cosa tan rara”. Pero ¿con qué? Había una fiesta, era una casa conocida pero no se parecía a su casa. Tenía muchos pisos y muchas escaleras y todas las habitaciones estaban llenas de gente que conversaba en silencio. Y estaba aquel hombre tan arrugado que le había pedido que le siguiera hasta el cuarto de la chimenea para ayudarle a encender el fuego. Pero no había ninguna chimenea y en su lugar se sentaron en el suelo junto a una pequeña vela blanca. Y él hablaba. Y le pidió perdón. “¿Por qué?” Le contó que todo había sido un engaño, que la navidad todavía no había llegado pero que el había convencido a todos para que la celebraran. No le creyó al principio. Sonaba un tanto extraño. “No ves que la casa no tiene ventanas” - dijo él. Y ella comprendió sin entender y se alejo del cuarto de la chimenea sin chimenea. Y recorrió la casa mezclándose entre la gente. Pensó en contarles la verdad pero por alguna razón no lo hizo. Subió y bajo escaleras. Entro en habitaciones y observo las sonrisas y las miradas encendidas de la gente que charlaba animadamente en infinitos corrillos. Sintió frío. Despertó. Escucho el tintineo de las copas al posarse sobre la mesa del comedor. Los pasos de su padre recorriendo una y otra vez el pasillo. Se levanto de la cama y lentamente abrió la persiana. Una luz blanca y brillante inundo la habitación. “He dormido muchas horas” - pensó - “Pero todavía tengo que dormir muchas más”. De pie en medio de su habitación dejó que el calor del sol de la Navidad arrancara el frío de su cuerpo.