miércoles, enero 03, 2007








La impotente luz de la luna reina en el cielo y, sobre las farolas, los brillos plateados de las casas entregadas al televisor comienzan a llenar la noche de luz y de palabras. El día se me antoja como un globo que un niño dejo escapar de su mano. Se eleva hacia el cielo. Cada vez más lejano. Pero no termina nunca de desaparecer del todo. Hablar de mi camino es hablar del crepúsculo. De mi calle alojada en esta ciudad eterna. Su nombre y el mío carecen de importancia pues nunca han tenido lugar sobre la tierra. Somos ambos el mismo ser, a la vez ninguno, ya que habitamos uno en el interior del otro.