miércoles, enero 31, 2007

Las mejores páginas jamás escritas están en blanco, dispuestas a cruzarse a tu paso en la calle, si sabes mirar al suelo en lugar de dejarte deslumbrar por los neones de colores de la ciudad. La última que encontré me recordó sin palabras que a veces las cosas más familiares residen en un extraño con el que compartes minutos robados a la vida.

Sentado en el mismo café dónde vi por última vez a D. esperaba. No sé muy bien qué, pero esperaba. Entró al cabo de unas horas un hombre tranquilo, se notaba en su manera de andar. Viejo para los jóvenes, joven para los muertos, se sentó en una mesa cercana frente a un té. No lo probó. Antes de que la bebida se enfriara ya estaba dormido. Recordé contemplándolo que cuando miramos las cosas despacio percibimos el rastro que nuestros movimientos dejan en la vida, entonces recordamos que venimos del agua, que flotamos en ella y respiramos su sabor.

Vivir es surcar el aire que nos rodea y al atravesarlo vamos dibujando en él pequeños rastros que al igual que las hondas que deja una piedra, cuando la lanzamos a un estanque, desaparecen al tocar la orilla.