miércoles, febrero 21, 2007

Al salir de la clínica una ola de aire del mar me golpeó en la cara. El paseo estaba desierto excepto por algunas bicicletas que lo recorrían a toda velocidad tratando de escapar de la tormenta que se anunciaba en el horizonte. La voz del médico parecía evaporarse desde algún rincón de mi cerebro y escapaba lejos, hacía el cielo, para encontrarse con las nubes amenazando con volver a llover sobre mí horas después. Sentado tras aquella enorme mesa, tan lejos que apenas podía distinguir su rostro, "Ellos no existen" – había dicho el doctor. – "Tiene usted que aprender a vivir con esa realidad." Después alguien me levantó por el brazo y me dejó allí, frente al mar. El mundo me parecía tan vacío que apenas me atrevía a dar un paso. Una gaviota vino a posarse en la barandilla muy cerca de donde yo estaba. Me miró como si quisiera preguntarme algo. Luego levanto de nuevo el vuelo y se alejó volando en la misma dirección que las bicicletas. Viajaba mucho más rápido que ellas. No tardó mucho en adelantarlas.